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Seis preguntas para autoevaluar al alumnado

La reflexión sobre el trabajo realizado

Estamos en el inicio de curso y siempre vienen bien algunas herramientas para orientar la evaluación y, sobre todo, la autoevaluación de los alumnos. Parafraseando a Neus Sanmartí, «nada cambia en la educación si no cambia la evaluación», hay que romper con hábitos que siguen arraigados tanto en docentes como en alumnos y familias y avanzar hacia la integración de la evaluación como parte del proceso de aprendizaje, algo que va más allá del simple valor de una calificación numérica.

Un espacio como el aula de tutoría puede ser el momento apropiado para incentivar al alumnado a autoevaluarse, una práctica necesaria en la vida para ver con perspectiva y espíritu crítico la evolución de uno mismo.

La autoevaluación del curso escolar empodera al alumnado

Esta técnica, surgida en el seno de la educación y que en la actualidad se ha extendido a prácticamente todos los ámbitos, ayuda al alumnado a ser consciente de su progreso educativo, pero, sobre todo, le otorga poder en la evolución de su aprendizaje, y hace que asuma esta autonomía con responsabilidad, siendo consecuente con sus acciones.

Son múltiples los métodos de autoevaluación; desde el clásico cuestionario en papel o bloc de preguntas, hasta el diario del alumno, la escala estimativa o el portafolio; todas ellas actividades que pueden realizarse de forma digital si así lo desea el profesorado .

Una vez tomada la decisión de hacer una autoevaluación con el alumnado y decidido el método, el siguiente paso consiste en seleccionar los puntos sobre los que reflexionar, con el fin de conseguir una evaluación del aprendizaje del alumnado en todos los aspectos. A continuación, compartimos seis apartados a modo de sugerencias que pueden servir de orientación.

1. Presencia y actitud en clase

Ser, estar y parecer son verbos que todos hemos oído y estudiado constantemente en las clases de lengua castellana, los recordamos como los verbos copulativos. Sin embargo, en este contexto estos tres verbos ayudarán a los alumnos a evaluar su presencia y actitud en clase: la forma de ser con uno mismo y con los demás, la forma de estar o nivel de presencia en las clases, y lo que externamente parece (persona atenta, educada, considerada… o, por el contrario, persona distraída, grosera, vaga…).

Del mismo modo, en este apartado se entraría también a valorar el nivel de esfuerzo del alumno o alumna a lo largo de todo el curso, su evolución desde el primer trimestre hasta el momento actual, su implicación en la mejora de sus calificaciones y, por supuesto, su grado de responsabilidad durante la fase de aprendizaje.

2. Relaciones con estudiantes y profesores

No es un secreto para nadie que la escuela es un espacio no solo de aprendizaje, sino también de socialización, y como tal, la manera de relacionarnos con los demás igualmente es un aspecto relevante a considerar. El comportamiento define a las personas, y en este caso también contribuye a la creación de un ambiente determinado en clase (bueno o malo). Así pues, es interesante hacer reflexionar al alumnado sobre cómo sus relaciones (positivas y negativas) han influido en su rendimiento académico y estado emocional, y sobre cómo su comportamiento ha favorecido (o no) el desarrollo de las actividades y la adquisición de competencias y aprendizajes.

3. Aprendizajes

La adquisición de competencias para el aprendizaje continuo es el propósito de la educación, un objetivo que solo es posible alcanzar si se fomenta un entorno de exploración, curiosidad y desarrollo personal. Hoy en día, el currículo educativo promueve esta exploración entre los estudiantes, sin embargo, es necesario comprobar si se ha alcanzado el objetivo inicial. Para ello, ¿qué mejor que preguntar a los propios alumnos? Reflexionar sobre su propio progreso les brinda la oportunidad de identificar fortalezas y áreas de mejora, fomentando así la autodisciplina y el crecimiento personal. Al asumir la responsabilidad de evaluar su propio aprendizaje, los estudiantes se convierten en protagonistas activos de su proceso educativo, empoderándose para identificar sus propias necesidades de aprendizaje y desarrollar estrategias efectivas para superar desafíos.

Además, la autoevaluación les permite establecer metas realistas y medir su progreso, promoviendo la autogestión y la autorreflexión como habilidades fundamentales para el aprendizaje a lo largo de la vida. De esta manera, alentamos a nuestros estudiantes a convertirse en aprendices autónomos y conscientes, capaces de continuar su desarrollo personal y profesional más allá del aula.

4. Propósitos de mejora

Una vez evaluado el aprendizaje y detectadas las áreas de mejora, otro aspecto sobre el que habría que reflexionar son los propósitos de mejora. Igual que hacen algunas personas al iniciar el año, se trataría de animar a los y las estudiantes a escribir sus objetivos académicos para el nuevo curso. De esta forma, les ayudamos a crear una hoja de ruta diseñada según sus necesidades, motivaciones y preferencias.

5. Mejores y peores asignaturas

Todos y todas hemos tenido asignaturas favoritas y otras que no lo son tanto. Los estudiantes, sin excepción, nos sentimos atraídos por aquello que nos motiva y nos interesa. Hacer favoritismo entre asignaturas no es una práctica reprochable, pues forma parte de la naturaleza del ser humano tener afinidades más sólidas con algunas disciplinas antes que con otras. El poder de elegir es uno de los mayores símbolos de nuestra condición de personas libres.

Por tanto, retar a los estudiantes a pararse a pensar sobre qué materias les gustan más, cuáles no tanto y por qué, es una actividad que les ayudará a ser conscientes de sus intereses, sus habilidades, su potencial e incluso, en algunos casos, pueden acabar descubriendo su talento.

6. Actividades y momentos memorables

Finalmente, y para ayudarles a encontrar motivos que confirmen que el curso realmente ha valido la pena, proponemos incluir una cuestión sobre actividades y momentos memorables. Nuestros recuerdos más bonitos se componen de escenas en las que los pequeños detalles cobran dimensiones enormes. Hacerles recordar esos pequeños gestos les puede enseñar que para hacer felices a los demás solo se necesitan ganas, predisposición, ilusión y empatía; es decir, una sonrisa cálida y sincera, y una mano tendida con amabilidad. 

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