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Mi hijo, su móvil, yo y mi móvil

Una familia del siglo XXI

EDITORIAL

Me declaro en shock posconferencia. No ha sido una conferencia cualquiera, claro está, la organizaba EPIC, Asociación de Escuelas Independientes de Catalunya,  y el ponente era Marc Masip, director del Instituto Psicológico Desconect@, un psicólogo carismático que empatiza con los adolescentes y provoca a docentes y a padres por igual. La clave de su éxito radica en decir en voz alta todo aquello que ya sabemos: la adicción al móvil existe a pesar de que el DSM-5 (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 5.ª edición) todavía no lo reconoce.

Me invadió una angustia vital como madre trabajadora con un niño adolescente y con otro que estudia en el extranjero. Somos una familia monoparental, desestructurada e internacional en la que los móviles son la herramienta para mantenernos conectados. Sentí que abandonaba a mi hijo a la soledad del móvil y el ordenador. Recordé que yo fui una de esas madres «raritas» que, incluso trabajando en informática y a pesar de recibir consolas de videojuegos de algunos de mis proveedores o clientes, jamás las desembalé de sus cajas. Nunca regalé juegos electrónicos a mis hijos ni a sus amigos, intenté que practicasen deportes al aire libre, montañismo, senderismo, viajes… ¡No sirvió de mucho! La invasión de la tecnología ha sido lenta pero imparable.  El problema no son ellos solamente, también soy yo. Trabajo, ocio, vida personal… todo mezclado, todo en un mismo dispositivo: el teléfono móvil. Todavía recuerdo la primera vez de una quedada con amigos a través del ordenador, la protagonizó mi hijo mayor:

—Mamá, he quedado esta tarde.

—¡Qué bien! ¿Adónde te llevo?

—No hace falta, es aquí, en casa.

—¡Genial! ¿Quién viene?

—No, hemos quedado en conectarnos todos a las 5:30.

—¡¿Qué?!

Aquello fue el inicio de las partidas de videojuegos online. Mi hijo mayor llegó a jugar casi profesionalmente en un equipo internacional, con lo que ganó dinero por ello. Eso fue la clave para que el pequeño entrara en ese mundo. Su hermano mayor era su héroe. Afortunadamente, la universidad y una novia le rescataron del cibermundo, pero le quedan secuelas: la falta de sueño le persigue porque sé que hace partidas nocturnas. Muchas veces juega con su hermano menor. Los oigo reírse y enfadarse, están conectados a pesar de los muchos kilómetros de distancia. Me acerco a mi hijo pequeño, con cariño y un libro en la mano, le aparto los enormes auriculares para decirles: «buenas noches, me voy a dormir… última partida, os quiero».

Imagen y cifras del Programa Desconecta dirigido por Marc Masip

Me considero naturista, creo en los instintos de especie, cada vez más olvidados. Pero, ¿cómo invocar nuestros instintos de especie frente a lo tecnológico? Lo tecnológico no es orgánico, no se puede negociar con una máquina. Solo encuentro una solución: debemos reeducarnos, aprender a lidiar con estas herramientas conectadas que se han convertido en una extensión de nuestras manos, que nos han hecho confundir caricias con likes y una cara sonriente con un beso.

Educación y gestión administrativa; no es algo imposible. Ahora parece normal que todas las personas se laven la boca, usen colutorios bucales o preservativos en las relaciones sexuales. Pero todo ello exigió un esfuerzo de la administración pública y de comunicación social para conseguir enseñar a los ciudadanos hábitos de higiene bucal y sexual correctos. No se trata de una pugna entre «tecnología sí» o «tecnología no», sino más bien de redefinir la tecnología acerca de «cómo» y «cuándo». Ha llegado  el momento de aprender hábitos tecnológicos sanos que nos potencien como seres humanos y no hagan justo lo contrario: aislarnos y volvernos violentos.

Àngels Gallardo

@angelesdefels

 

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